Hasta que llegó la luna.
- Pedro
- 18 oct 2017
- 2 Min. de lectura
Me levante todavía un poco confundido por el sonido de las olas. Estaba recién llegado de Bogotá, y mi cuerpo todavía se sentía en la ciudad fría que había abandonado, para llegar a donde ese día amanecía. La verdad no podía quejarme, el olor y el sonido del mar, junto con el calor y el silencio no me disgustaban para nada. Miré el reloj, solo para saltar de la cama de un golpe. Mierda, si no llego ya me matan, pensé. Iba tarde a trabajar, y siendo mi primer día no quería ser el último en llegar. Evidentemente así fue. Por más que corrí fui el último en llegar a la lancha, y entre miradas ofuscas lo único que hice fue bajar la cabeza. Todo el camino fui en silencio. Un silencio que hasta a mí me inundaba, ¿por qué estaba tan pensativo? Pensé en mi mama, en mis hermanos, en todo lo que estaba dejando atrás. Entonces decidí tomar un respiro hondo, y solté. Ya iba en el barco, y no había vuelta atrás. Cuando llegamos a la isla lo primero que vi fue un buque de la Armada Colombiana. Mientras más nos acercábamos más veía su función. Transportar a los otros cientos de voluntarios que habían llegado como yo, a vivir a esa isla indefinidamente, hasta que transformáramos los que los otros inconscientes habían dejado allí, nada. Entonces sentí algo de tranquilidad, lo que estaba haciendo era lo correcto. Cogí mis cosas y me baje de la lancha. El sitio estaba peor de lo que me había imaginado. No se podía caminar de la cantidad de basura. Los niños, que eran los únicos que se veían, nadaban entre basura como si fueran juguetes, se veía lo orgánico que era eso en sus vidas. Ni nos determinaron. ¿Será que les han prometido mil veces antes nuestra llegada? ¿Sera que no les importamos? En fin, ya estábamos allá y eso era lo que importaba. Sombrero y guantes en mano y empezamos. Por un segundo me sentí como un pirata buscando su tesoro. Habían tantas cosas que era increíble que todo hubiera terminado ahí. No sé si fue del asco que me dio que me metí en la película, pero por un buen rato fui un pirata. Rescate muñecas, soldaditos, hasta sillas. Pero como niño agotado, desistí de mi juego y volví a la realidad. Era medio día y estaba el sol encima nuestro. Castigándonos por toda la basura que habíamos botado. Como si yo fuera el culpable. Y bueno si…Cada pitillo que recogía me recordaba a los cientos otros que he pedido en restaurantes. Cada botella plástica, por las miles que me he comprado en supermercados. Todo resonaba en mi día a día, cosa que jamás había pensado. Entonces me asquee de verdad. El sol tenía todo el derecho a castigarme, pues por mi inconsciencia es que estábamos donde estábamos. Entonces derrame un par de lágrimas y seguí recogiendo la basura, al ritmo del sol, hasta que cayo y llego la luna.

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